terça-feira, 13 de outubro de 2009

LA NIÑA DE GUATEMALA por José Martí

A família do general Miguel García Granados, valoroso patriota guatemalteco, era numerosa e se fazia notar por sua cultura e amabilidade. Entre as filhas do general, havía uma que se chamava Maria, que se distinguia de suas irmãs como a rosa se distingue das outras flores. Segundo relato de José María Izaguirre, amigo de José Martí, ela era alta, esbelta y airosa: su cabello negro como el ébano, abundante, crespo y suave como la seda; su rostro, sin ser soberanamente bello, era dulce y simpático; sus ojos profundamente negros y melancólicos, velados por pestañas largas y crespas, revelaban una exquisita sensibilidad. Su voz era apacible y armoniosa, y sus maneras tan afables, que no era posible tratarla sin amarla. Tocaba el piano admirablemente, y cuando su mano resbalaba con cierto abandono por el teclado sabía sacar de él notas que parecían salir de su alma y que pasaban a impresionar el alma de sus oyentes.

Quando Martí chegou a Guatemala, estreito laço de amizade se criou entre ele e todos os membros dessa família. Mas a jovem María apaixonou-se perdidamente por Martí, muito embora soubesse claramente que ele estava comprometido em Cuba, com Carmen Zayas-Bazán. Assim continua o relato de Izaguirre:

Tenía veinte años de edad, y hasta entonces había permanecido insensible a los tiros del amor. Su familia era su encanto y a ella consagraba los tiernos afectos de su corazón. Sin embargo, desde que Martí frecuentaba la casa, se notó en ella cierta tristeza que nadie se explicaba, así como el silencio en que se encerraba delante de él. Era evidente que algo pasaba en su interior; pero ese algo nadie se lo explicaba y quizás ella misma ignoraba la causa de lo que le pasaba.

Lo que sí sabía ella era que cuando veía a Martí experimentaba un deleite supremo y que cuando él estaba ausente su tristeza aumentaba, su ansiedad de verlo era mayor y no cesaban estos tormentos hasta que él se hallaba de nuevo en su presencia.

Este sentimiento, desconocido para ella, fue creciendo de día en día hasta tomar los caracteres de una verdadera pasión, y aunque ella lo disimulaba por el recato propio de una joven educada en el amor a la honra, bien comprendió Martí lo que le pasaba. Caballero ante todo, y ligado por igual sentimiento a otra mujer a quien había jurado ser su esposo, se abstuvo de fomentar con sus galanterías o con demostraciones de afecto aquella pasión que parecía próxima a tomar las proporciones de un incendio. Su papel se limitó desde entonces a tratarla simplemente como amigo, y fue separándose de la nasa poco a poco para que María comprendiese que no debía entregarse al sentimiento que la dominaba, pues por más que él reconociese sus merecimientos, como los reconocía, y que simpatizase con ella, no podría corresponder a su pasión.
...“el mismo día en que se cumplía el mes de permiso entraba por las calles de Guatemala y me presentaba a su esposa con estas palabras que nunca he olvidado.

“-Pepe, Carmen.

“Este acontecimiento le obligó a no volver más a la casa de María, pues consideraba el dolor que con su presencia habría de causar a la joven. Sensible fue para él tomar esta determinación, pues al afecto que profesaba a ésta por su generosa pasión se unía el respeto y la consideración que tributaba a su familia. Era, sin embargo, necesario hacerlo así, corno único medio de imponer silencio a un corazón sensible y amoroso, y así lo verificó, bien a pesar suyo.

“Pero el sentimiento se había arraigado profundamente en el alma de María, y no era ella del temple de las que olvidan. Su pasión se encerraba en este dilema: verse satisfecha o morir. No pudiendo verificarse lo primero, le quedaba el recurso de lo segundo. En efecto, su naturaleza se resintió del golpe, fue decayendo paulatinamente, un suspiro continuo la atormentaba, cayó enferma, una fiebre lenta la consumía, y a pesar de los cuidados de la familia y de los esfuerzos de la ciencia, después de estar algunos días en cama sin exhalar una queja, su vida se extinguió como el perfume de un lirio y su alma voló inocente y pura al seno del Creador.

“Este acontecimiento fue motivo de duelo general en la ciudad de Guatemala, por el sincero afecto de que María era objeto y por los merecimientos de su familia. Una inmensa concurrencia acudió a la ceremonia fúnebre, que fue solemne y suntuosa. El ataúd que encerraba aquellas preciosas reliquias era de raso blanco, blancas eran también las coronas que le adornaban; y fue conducida en hombro de sus amigos a la mansión eterna, a una bóveda de su familia. El séquito iba silencioso e impresionado, revelando el dolor que a todos dominaba. Poco a poco fue retirándose al llegar a la cripta, y últimamente quedamos allí solo tres amigos: José Martí, José Joaquín Palma y yo, que quisimos permanecer junto a la joven hasta su postrer momento sobre la tierra. Cuando el albañil dio la última mano a la losa que la cubría, los tres miramos involuntariamente, una lágrima rodó de nuestros ojos, nos estrechamos las manos en silencio y los tres salimos tristes y doloridos de aquella mansión obscura donde quedaban sepultados para siempre los restos inanimados de aquella infortunada joven, digna de mejor suerte.”...

Maria morreu em 10 de maio de 1878. José Martí publicou La niña de Guatemala entre seus Versos Sencillos em 1891, em Nueva York. É uma ponte de treze anos entre o acontecimento e os versos publicados. Certamente jamais esqueceu a quem tanto o amou.

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente —¡la frente
que más he amado en mi vida!...

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.

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